Si hay algo que distingue a la música rock desde sus orígenes es su incitación al movimiento. Frente a géneros y modelos musicales anteriores a los años 50, el rock puso sobre la mesa ese poder que se manifiesta de dos formas. En primer lugar, en su expresión individual, su corporeidad. Desde los contoneos de las caderas de Elvis, los artistas de rock contagian a su público una pulsión por el movimiento, de modo que quien asiste a un concierto de rock se comporta de una manera muy diferente a quien va a ver una ópera, por poner un caso. Esto lleva a una segunda expresión del movimiento, de carácter social. Así, las caderas de Elvis fueron censuradas de inmediato en la televisión norteamericana porque se adivinó que el rock serviría de expresión de los cambios sociales que habrían de llegar en los años posteriores. Porque el rock viene siendo desde su nacimiento un espacio de articulación para la protesta, la disidencia, la movilización.
Esto es algo que entendió a la perfección uno de los músicos más creativos y originales del rock: Frank Zappa. Recordar a Zappa hoy, cuando se cumplen 20 años de su muerte, es recordar a una de las figuras fundamentales de la contracultura estadounidense del siglo XX. No obstante, lo curioso de Zappa es su carácter radicalmente individual que le permitió disfrutar de una independencia artística total a costa de renunciar al éxito comercial y a formar parte de los engranajes de la industria musical.
Dos décadas antes que Prince, Zappa ya tuvo en los años 70 un serio litigio con la Warner por la gestión de sus discos, una circunstancia que acabó apartando al músico de los medios mayoritarios de distribución. Por ello, pese a encontrarnos ante un músico con una vasta producción (alrededor de 70 discos publicados en poco más de veinte años de carrera) que abarca todos los estilos de la música popular norteamericana, su conocimiento sigue siendo ciertamente minoritario en comparación con otros artistas y grupos de los años 60, 70 y 80. En la industria musical, los actos de rebeldía sin arrepentimiento se pagan con creces.
El discurso de oro americano
No obstante, Frank Zappa es un artista con un discurso muy influyente. Grupos como U2 o REM, series como Los Simpson o cineastas como Michael Moore forman parte de un colectivo de alumnos más o menos reconocidos del músico norteamericano. Comparten una visión de la cultura popular como catalizador de respuestas al poder político, como una expresión de inconformismo y respuesta al sistema. Además, desde su fallecimiento se han editado más de 30 discos a partir del ingente material que dejó grabado, puesto que registró casi todos sus conciertos. Esta circunstancia supone que su obra siga ofreciendo novedades y atrayendo a nuevos públicos pese a que continúe su silencio en los grandes medios de comunicación.
Esta visión se encuentra en la obra de Zappa desde sus primeros discos, desde que inició su carrera musical en California a mediados de los años 60. En pleno epicentro del movimiento hippie, y en su momento de mayor auge, Zappa publicó en 1968 uno de sus LP más conocidos: We're Only in It for the Money (Estamos en esto sólo por la pasta). Las canciones del disco ponían en su sitio al hippismo. Para Zappa, los hippies no pasaban de ser unos idealistas que, lejos de perturbar el sistema, lo legitimaban. Según su punto de vista, los hippies se pasaban todo el día tumbados tomando drogas, una actitud que comportaría no un acto de liberación, sino de anulación para la acción política. El consumo de drogas, según Zappa, reducía la creatividad artística y sometía al individuo.
Si este disco reflexionaba sobre las conexiones entre la industria cultural y el poder político, otra de sus obras fundamentales, Broadway the Hard Way, supondría la culminación de su concepción artística. En este disco, publicado en 1988, Zappa ponía por escrito toda su labor de activista que luchó en los años 80 contra el Gobierno de Ronald Reagan y los intentos del Partido Republicano por censurar cualquier expresión cultural disidente.
Fue en estos años cuando Zappa se significó como defensor de la libertad de expresión, y toda su obra (los discos que grabó, las películas que dirigió y las entrevistas que concedió) se encaminó a la defensa de una idea: la promoción de las políticas educativas como única solución a los gobiernos ultraconservadores. En el disco, Zappa se burlaba, con su mordaz sentido del humor, de los políticos del momento, los telepredicadores, la Asociación del Rifle (NRA) y cantantes como Michael Jackson, entre otros. En un concierto de ese año, Zappa se preguntaba en una canción si la posible elección como presidente de George Bush (padre) no se podría considerar una "tragedia americana" . Por supuesto que sí, era la respuesta implícita a la pregunta retórica de Zappa. Lo malo es que la tragedia se cumplió: Bush fue elegido presidente en las elecciones pocos meses después.
Un enemigo político
La década de 1980 supuso la emergencia y consolidación de la revolución conservadora de Reagan (y de Margaret Thatcher en el Reino Unido), que estableció las dinámicas de los discursos y políticas de la derecha occidental contemporánea. Los patrones de la oratoria que se fijaron entonces (como el patriotismo exacerbado que establecía una división entre buenos y malos estadounidenses), así como una intensa privatización de los servicios públicos (cedidos a empresarios y grupos afines a los republicanos) no sólo iniciaron el proceso de empobrecimiento de las clases medias y polarizaron la sociedad entre ricos y pobres, sino que sirvieron como hoja de ruta que han venido siguiendo desde entonces los conservadores en Europa y Estados Unidos.
Pero Reagan necesitaba un enemigo al que dirigir sus ataques. Del mismo modo que la industria cinematográfica había servido, durante la época del maccarthismo, como chivo expiatorio para eliminar la disidencia de izquierdas, el reaganismo fue directo a por la música rock: se redactaron listas negras de canciones por su supuesto contenido sexual o violento, se organizaron quemas públicas de discos a cargo de organizaciones ultracatólicas y se llevó al Senado una propuesta legislativa para censurar las letras de las canciones de la música popular.
Plenamente consciente de la situación de emergencia cultural que vivía su país, Zappa acudió al Senado en 1985 para defender la libertad de expresión, y se explayó a gusto en una intervención antológica en la que ridiculizó a los senadores reaccionarios de ambos partidos: también los demócratas, como Al Gore, estaban deseosos de meterle mano al rock.
20 años después de su muerte a causa de un cáncer de próstata, muchos artistas han recogido el testigo de Zappa, este compromiso constante e inalterable con la libertad artística. Si bien él libró la batalla prácticamente en solitario en los años 80, hoy en día son multitud los músicos, cineastas y artistas en general que han combatido, en los últimos años, presidencias tan duras como la del hijo de aquel Bush que ganó las elecciones de 1988.
Como también son numerosos quienes siguen eligiendo a Zappa como modelo de resistencia en situaciones de excepción democrática como el momento actual, en el que los conservadores siguen la doctrina Reagan en la eliminación de los derechos sociales con la excusa de la crisis económica. Recordar a Zappa supone, así pues, reflexionar sobre el momento presente y sobre la validez en la articulación de una disidencia consciente en unos tiempos políticos difíciles. Un legado artístico y ético que conserva toda su vigencia.
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